Para quien no haya leído “Un hípster en la España vacía”, lo primero decir que “La muerte del hípster” es su segunda parte. Quien se lance a leer el segundo sin haber leído el anterior, al principio puede sentirse un poco perdido tanto con los personajes, como con la trama. En este caso, he decidido comentar el segundo, porque me ha gustado más y también porque me ha provocado carcajadas algo que, sinceramente, no me suele ocurrir leyendo un libro.
Enrique Notivol, el hipster que hay detrás de ambos títulos, decide dejar Madrid para irse a vivir al pequeño pueblo de Teruel donde están sus tíos. Durante los primeros días, el asombro por lo diferente que es la rutina en Cañada de Azcón, le hace ir tomando notas en un diario acompañadas por sus peculiares reflexiones.
Conforme nos vamos adentrando en su diario, nos damos cuenta de que estamos ante un personaje con un modo un tanto idealista e irreal, de procesar todo lo que le rodea. Es precisamente esta forma de ver la realidad, la que le servirá de autodefensa en muchas ocasiones, como por ejemplo a la hora de no pillar las mofas y chistes que recibe al principio por parte de sus nuevos vecinos.
El extraordinario concepto que tiene de su propio intelecto y de su pensamiento “moderno”, le sirven de motivación para desarrollar una serie de propuestas sociales encaminadas a mejorar la vida en el pueblo. Propuestas que, aunque quedan totalmente descontextualizadas, poco a poco y contra todo pronóstico, consigue ir poniendo en práctica – como la de crear un taller de nuevas masculinidades- y con ello, ganarse un poco más el afecto de sus habitantes. Conforme el personaje va viviendo más experiencias en el pueblo, el velo urbanita e idealista comienza a caer de sus ojos y consigue ir aproximándose de una manera algo más certera al entorno que le rodea.
Si bien como lectores ,en el primer libro, vemos a un Enrique bastante fuera de lugar pero que no cesa en su intento por hacer esa inmersión rural que tiene en su cabeza, en el segundo libro, descubrimos a un personaje que, sin haber cambiado en su esencia, sí que ha evolucionado y ya no es tan…digamos…cebollino (por utilizar un adjetivo campestre).
“La muerte del hípster”, se publica en 2021, año que siempre relacionaremos con la Covid-19. Aprovechando este evento, su autor Daniel Gascón, traslada la pandemia a Cañada de Azcón y nos narra cómo Enrique, ahora convertido en alcalde, tiene que gestionar el confinamiento y el resto de vicisitudes relacionadas con la pandemia, como por ejemplo el cumplimiento del toque de queda. Supongo que a nadie se le ha olvidado el momento en que comenzamos a tener diferentes franjas horarias por edades para salir a pasear. Pues bien, en el pueblo, siempre con la democracia participativa por sistema, tanto el alcalde como el resto de habitantes, deciden que cada cual vivirá a la hora que le apetezca. Es decir, que mientras para uno serán las 4 de la tarde, a otro su reloj le marcará las 8 de la mañana. Es lo que ellos denominan “autodeterminación horaria” y que consiste en avanzar o retroceder las manecillas de sus relojes a su antojo, incluidas las de la iglesia.
Las anécdotas y las imágenes surrealistas, llenan las páginas del libro. Otra que me divirtió muchísimo es cuando Enrique cae en un agujero y dentro de él descubre un pasadizo por el cual se encuentra con ilustres aragoneses en teoría ya fallecidos, pero que allí siguen bien vivos. Al tiempo que va reconociéndolos a todos, se da cuenta de que cada cual sigue representando el rol que le hizo ser conocido a nivel social en su época, pero ahora se dedican a discutir sobre asuntos actuales con bastante gracia por cierto.
Cuando al fin parece que Enrique está casi por completo ubicado en el pueblo, aparece un imprevisto. La llegada de sus amigos urbanitas y de su exnovia que, hartos del confinamiento en la gran ciudad, deciden mudarse a Cañada. Él intentará mantener el equilibrio entre su nuevo yo y aquel “hípster” que un día fue, pero las cosas comienzan a ponerse de nuevo difíciles.
Con un protagonista que calificaría de irritante y exagerado en sus tontunas, a la vez que muy divertido, “La muerte del hípster” además de hacernos reír, ofrece un retrato lúcido del idealismo rural propio de los últimos años, así como de la sociedad en su conjunto.
Algunos discursos que parecen salir de la imaginación de Daniel Gascón, son en realidad textos de discursos políticos reales, tal y como señala su autor al final de la obra. Algo que cuesta creer pero que, si lo pensamos bien, no nos resultará ajeno en absoluto. Por tanto, quizás Enrique no sea el único que irrite con sus palabrerías y su peculiar forma de ser. Quizás la política esté llena también de palabrerías y de “personajes”. Y quien dice la política, dice la sociedad en su conjunto empezando por una misma. En resumen, estamos ante una novela divertida, actual y ligera a la par que crítica, con la que seguro pasarás muy buenos ratos.