Una casa en el desierto, es la historia de unos personajes habitando un determinado paisaje. En concreto, ese paisaje es un pequeño pueblo llamado Herrera, en medio del desierto de La Llanada. Los personajes principales, son los miembros de la familia Atance Ortiz. Y lo que hace que se unan personajes y paisaje, es el trabajo del padre como gerente de una empresa de reciclaje de residuos metálicos, que ubica en Herrera su principal sede.
A la par que la relación de familia empieza a ramificarse y que cada uno de sus miembros va adquiriendo una personalidad propia dentro del contexto de ese pueblo, la empresa comienza a levantar sospechas entre los vecinos, por el constante ir y venir de camiones sin identificar que transportan unos misteriosos bidones. Todo llega a su punto álgido cuando una noche se da un terrible suceso que cambiará la vida del pueblo y en especial, la de la familia Atance.
Desde la primera página, Javier Fernández de Castro, es capaz de ubicar al lector en su propio microcosmos, compuesto por un pueblo, su ecología y una familia. Dicho microcosmos ingeniosamente imaginado, cuenta con todo tipo de descripciones con las que podremos hacernos una idea bastante clara de cómo es Herrera. En ese mismo espacio, se produce un antagonismo complementario entre dos mundos: el de unos niños – los hijos- que se crían con una relativa libertad campestre y el de unos adultos – los padres y el resto de habitantes- viviendo en su mundo de grises. Conforme pasamos las páginas, observamos que todos actúan según el propio lugar que habitan, un lugar que te invita a jugar en un escenario con sus propias normas y que pone constantemente a prueba, a unos y otros.
Pilar Álvarez, directora de la editorial que publicó esta obra póstuma de Javier Fernández de Castro, dijo de ella: Desde que la leí por primera vez tengo la convicción de que “Una casa en el desierto” es una obra maestra. Digamos, por resumir, que en esa lectura tuve la sensación poco frecuente de que había alguien al mando, una mente poderosa que sabía a dónde se dirigía cada suceso, por qué decía cada personaje cada una de sus frases. Y todo ello sin apenas narrador, sin que nadie nos esté explicando qué piensan, qué esperan o qué les pasa a los personajes, porque los entendemos y los seguimos solo por sus acciones y sus diálogos (…) Me gusta especialmente que el autor optara por contar la vida de una familia para hablar de la destrucción de un paisaje, porque finalmente lo que está contando es que, lo que le hacemos a la naturaleza, nos lo hacemos a nosotros mismos.
El resto de obras del autor de Una casa en el desierto, tienen en común que suelen girar en torno al asunto de la relación del hombre con la naturaleza. Pero no se trata de novelas de corte ecologista o al menos, no destaca esa intención primordial en las mismas, más bien la naturaleza se ve aquí, como un escenario salvaje donde los protagonistas son puestos a prueba.
Como comenté, esta ha sido la última y póstuma novela de Javier Fernández de Castro. Durante años fue colaborador de Babelia en El País y escribió otras 12 novelas, con las que ha recibido dos premios de literatura.