A lomos de una burra nace Blas “el Garduña”. Son los últimos momentos de la Segunda República. Una etapa a punto de ser reemplazada por la Guerra Civil que se cebará especialmente con los más débiles. Por entonces, el hambre nada tenía que ver con la apetencia. Por hambre se enfermaba y se moría.
Las mujeres se quedaban al cuidado de la familia, de los animales y del huerto. Las niñas no escogían marido. La escasez escogía por ellas. Los niños eran hombres con las manos llenas de polvo y el rostro quemado. Antes de despertar de la infancia, ya estaban manchados de sudor y trabajando unos jornales demasiadas veces sin jornal.
Los señoritos que mandaban en los montes, con la complicidad de curas y monjas poco fieles a su supuesto credo, eran quienes dirigían la vida de los demás a base de ostias, como diría nuestro protagonista. Así es que, con este panorama, a ver quién se plantaba delante de un fusil a reclamar justicia.
La vida de Blas, es la historia de la España del último siglo contada desde el campesinado. Todo un elogio a la vida montañesa y muy lejano a la idealización que hoy a veces podemos encontrar al leer sobre la vida en los pueblos.
Donde nace y muere Blas es toda la escuela que pisa. Allí aprende de animales, de viñas, de tomates, de sexualidad. Aprende a cuidar a su familia, a buscarse la vida, a moverse de día y de noche, sin que la Guardia Civil lo detenga. También aprende a guardarse unos cuantos secretos. Se trata de un protagonista vital, humano y despierto donde los haya. A través de su vida, recorremos una etapa de nuestra historia de más de 80 años.
Todo el libro está narrado con una prosa cuidada, dentro de una trama llena de anécdotas muy bien documentadas. La tierra desnuda es una obra imprescindible, de esas que gusta leer e intuyo que también releer. De esas que te deja añoranza cuando llegas a su última página y también, con la sensación de haber aprendido un poquito más sobre la historia de este país de eternas disputas.
Imagen del periódico digital Alicante Plaza