Protestáis por todo
que si no hay cobertura, que si las moscas,
que si las cagadas de las ovejas, que si el canto del gallo
que si la calor, que si los turistas…
hacéis que todo parezca ficción
que todo sea un escenario…
Este párrafo de ‘Cosas que hacéis en verano en los pueblos que nunca haríais en vuestras ciudades’ (periódicoirreverentes.org) define bastante bien lo que José Pastor siente con el aumento de habitantes temporales que se da en verano en la gran mayoría de pueblos.
El transcurrir del tiempo sin tener de fondo el ruido de una sociedad que está acelerada, es uno de los motivos que llevaron a José a ubicarse en la Alpujarra granadina. Pero mejor que nos lo cuente este poeta y “currante de lo que haya”, que acaba de publicar: ‘Almanaque. Cosas que pasan en los pueblos que no veréis en las ciudades’.
Llevas viviendo unos cuántos años en La Alpujarra granadina ¿Qué te hizo quedarte en esta tierra?
–Nací en Barcelona, aunque mi infancia y adolescencia la pasé en Valladolid. Con veintitantos me vine a Andalucía. Un verano buscando trabajo por la costa de Granada, nos desviamos del camino y nos metimos por Las Alpujarras. En Cástaras, un pueblo de unos 40 habitantes, alquilaban un bar-pensión. Lo cogí y allí estuve viviendo cuatro años. Después he vivido en otros pueblos de la Alpujarra.
Aquí me siento a gusto, acogido. Son pueblos pequeños, tranquilos, que viven del campo, donde nos conocemos todos para bien y para mal, que mantienen con orgullo sus tradiciones, costumbres y cultura popular para bien y para mal también… son pueblos que se resisten a desaparecer y me gusta esa resistencia.
En el comienzo de tu última obra, Almanaque, haces un alegato poco optimista sobre el futuro de los pueblos más pequeños ¿Crees que la reciente ola de interés por lo rural ha favorecido en algo a las pequeñas poblaciones o es parte del espectáculo que comentas en tu poemario, sobre «lo bucólico»?
–Para mí, la España vacía o vaciada, es una moda más, otro eslogan, otro negocio. Pero que se hable de los pueblos pequeños y de sus gentes, de sus encantos y de sus necesidades, a veces está bien, les da visibilidad y les da voz. Todo este interés por lo rural, todas esas políticas, todos esos dineros para “ayudar” a eso llamado la España vacía/vaciada, no está solucionando mucho los problemas de la gente que vivimos aquí. Tal vez sería interesante que toda esa ‘ayuda’ (dineros, ayudas, ideas, proyectos… se centraran en, por lo menos, hacer la vida más fácil a la gente que ya vivimos aquí.
Aquí se necesita colegios, institutos, autobuses, centros de salud, bibliotecas, tiendas, bares, arreglar balates, limpiar acequias, acondicionar caminos … y que los productos agrícolas y ganaderos tengan unos precios más justos, unos precios que den para vivir a la gente que se lo curra aquí.
¿Cuáles son esas «cosas que pasan en los pueblos que no veréis en las ciudades»?
–Principalmente el paso de las estaciones. Y el canto del autillo las noches de verano y el frío de los días de aceituna y las flores de los granados y el trabajo en las huertas y los jornales a 40 euros/ocho horas y las verbenas populares y las chicharras y los 40 grados cogiendo tomates y el olor de las bodegas y las carreteras mal parcheadas y que cierren el único bar del pueblo y que se vaya la luz con la primera tormenta y las acequias y los vinos cortijeros y el vuelo de la oropéndola y las musarañas y los verdes de la primavera y los rojos del otoño y el abandono y la resistencia…
¿De qué manera el entorno de La Alpujarra influye en tu escritura?
–Escribo por instinto y sobre lo que vivo, sobre lo que veo, escucho y siento, sobre mí y sobre mis amigos y vecinos, sobre el paisaje y la gente que me rodea. Por lo tanto, imagino que el entorno sí que influye en lo que escribo. Al igual que influye mi mala hostia, lo que leo, el frío, las resacas, la música, las injusticias, lo que como, los viajes… Siempre me ha gustado escribir. Escribir y leer para mí son necesidades básicas. Y disfruto leyendo y escribiendo. Después de Almanaque, este otoño, la gente de Rasmia Ediciones me publicara “Volver a la tierra”.
Imagino que no vives solo de la escritura… ¿Qué otras actividades haces para llegar a fin de mes?
–La publicación de los cinco o seis libros que me han editado me ha dado, como mucho, para convidar a un par de rondas en los bares y para regalar un par de libros. Para ganarme la vida lo he intentado como feriante, guía de la naturaleza, librero, camarero, ayudante de mantenimiento, friegaplatos, jornalero, barrendero… He vivido casi siempre a salto de mata y he trabajado en lo que iba saliendo. Sigo en ello.
Escribir es vivir, es el título de un libro y una frase de José Luis Sampedro. Cuando lo importante es saciar lo que nos conmueve, lo demás suele ser ir así, sin demasiadas certezas pero con la firmeza de que estás haciendo lo que sabes hacer mejor. Y lo haces sin miedo porque sientes que vas por el buen camino, aunque sea a salto de mata, como José.
Mucha suerte compañero en esta escritura tuya tan sincera, clara y sensitiva. Seguiré atenta a esas cosas que tú nos cuentas que pasan en los pueblos y que no se ven en las ciudades.