Me dispongo a escribir el paisanaje más importante de mi vida. Tal es su repercusión en mi forma de mirar al mundo que, sin ella, yo nunca sería quien soy ahora, ni hubiera podido encontrar mis propios paisajes.
Mi madre es un paisanaje con invierno, otoño, primavera y verano. Además, en ella también transitan otras estaciones intermedias en las que crecen unas flores únicas, a las que solo se las puede conocer con mucha paciencia. Es un trabajo duro, pero se emplea a fondo cuidándolas y hasta ella misma se sorprende de la variedad de flores nuevas que aún hoy sigue descubriendo.
Ramona nació en un pequeño pueblo llamado Bell-lloch, situado en la comarca catalana de la Plana de Urgel, en la provincia de Lleida. Allá por 1943, la localidad contaba con unos 1.600 habitantes y por entonces, se daba a luz en las casas y se compartía escuela rural con el resto de niños del pueblo. El lugar emocional y geográfico de su infancia, se resume una palabra: pueblo.
Las fronteras de Bell-lloch, eran las mismas que las de su mundo conocido. Un mundo que a veces se ampliaba escuchando la radio o mirando en blanco y negro, el único televisor que había en todo el pueblo en casa de la padrina. Pero estoy segura de que a la pequeña Ramona, ni la radio ni la televisión le importaban tanto como ir a jugar al salir de la escuela – Entonces todos los niños jugábamos en la calle. De aquella época recuerdo con especial ilusión la noche de los Reyes Magos y las trenzas tan apretadas que me hacía mi madre por las mañanas para ir al colegio ¡Ah! y una vez me atropelló una bicicleta ¡Es que siempre iba loca! Salí corriendo de casa a la calle para jugar, no miré y zas! me atropelló un vecino con su bici. El pobre se asustó mucho. Además, el hombre llevaba una caja atada detrás con gallinas, que también se cayó…Me sangró un poco la nariz y por suerte a ninguna gallina le pasó gran cosa.
Por el año en que nació mi madre, se construyó un subcanal de agua que dio algo más de vitalidad a una zona de secano con una climatología bastante dura. Los cultivos que abundaban por entonces eran algunos frutales, además de olivos, viñedos y almendros. El vino especialmente tenía muy buena aceptación – Venía la gente hasta de Francia a buscarlo. Mi abuela me contaba que se hacía un mercado del vino que visitaban muchos vecinos de pueblos cercanos. Pero con la filoxera los viñedos desaparecieron. Entonces los cultivos de melocotoneros, perales y manzanos, seguían decorando el paisaje. También había cereal, alfalfa, maíz, remolacha… El abuelo llevaba una de las tres almazaras del pueblo ¿no? – Sí, mi padre se la compró al anterior propietario que aún tenía las prensas de madera y utilizaba animales para su funcionamiento. Mi padre la modernizó. Por desgracia yo no conocí al abuelo Pepito, pero sé que también salía a vender ropa por mercadillos… – Salía con su camioneta e iba por los pueblos más pequeños de la zona que no tenían tiendas de nada, con suerte alguna de alimentación pero con cuatro cosas. Iba por Magraners, Alcarrás, Alcanó, Alfés… Cuando volvía a casa siempre tocaba la bocina unas cuantas veces. Entonces yo salía corriendo y me subía a la camioneta. Él daba la vuelta a la casa conmigo de copilota y yo tan contenta.
Una vez que mi madre terminó la escuela, fue a la ciudad, a Lleida, para estudiar Peritaje mercantil, algo que hoy sería como Económicas o Empresariales. Finalizado Peritaje, puso en práctica la vena comercial que había visto toda su vida en su padre. En la actualidad se la llamaría una mujer “empoderada” pero en aquella época, lo que hizo fue realmente una proeza. De Bell-lloch, saltó a la gran ciudad, Barcelona, donde junto a su prima, montó una tienda de confección – Íbamos a las fábricas y comprábamos jerseys, abrigos, faldas… ropa de todo tipo y la vendíamos. Era una tienda muy pequeña ¡nada que ver con las “boutiques” de la época! Estaba en un entresuelo. Vimos el traspaso de la tienda anunciado en el periódico -antes te enterabas de todo en los anuncios clasificados de La Vanguardia- y después de pensarlo mucho la cogimos. En mi casa había vivido las ventas, me gustaba ese mundo y me sentía cómoda en él.
Dicen que de una boda sale otra boda y eso fue exactamente lo que les pasó a mis padres. Ambos fueron al mismo enlace acompañando a los novios y allí se conocieron. Después de un breve tiempo en el que los dos compartieron convivencia en la ciudad que los unió, Barcelona, mi padre volvió a su tierra, Murcia y una vez casados, se fueron a vivir juntos al pueblo de mi padre, hasta que finalmente se trasladaron a la ciudad.
Entre muchas otras cosas, de mi infancia en Murcia recuerdo que instauramos los miércoles como el día de hablar en catalán ¿Te acuerdas? – ¡Claro! Aunque al final, se quedó en un propósito más que en una realidad. Tú te cansabas enseguida… Pues sí. Supongo que tenía ganas de contar las cosas del cole y en español era más fácil para mí.
A pesar de la de años que ha pasado fuera de Cataluña, nunca ha perdido su acento. Y es que el acento es un vínculo que denota profundas raíces con un determinado lugar. Durante todo aquel tiempo, viajamos muchas veces a Lleida y a Barcelona hasta que, recientes circunstancias de la vida, han provocado que mis padres hayan hecho el viaje inverso y vuelvan a instalarse en la ciudad que los unió.
Mi madre, que siempre tuvo muchísimo pelo -yo solía bromear con que llevaba un nido de pájaros en la cabeza- se quedó calvita y entró a formar parte del grupo de super mujeres que llevan un pañuelo morado en la cabeza, dentro y fuera de los hospitales. Al principio no le gustaba verse así e incluso una tarde, fuimos a comprar una peluca. A día de hoy ya le da igual mostrar su cabecita tal como es. Y yo es cuando más hermosa la veo, con su pelito bien corto blanco y natural.
Desde hace unos meses, mi madre ha tenido que desprenderse de muchas cosas y asumir otras nuevas. Con sus 77 años ha hecho un viaje diferente a todos los anteriores. Es un trayecto que va por dentro y que solo se puede hacer con una misma. Cada nuevo amanecer, mi madre aprende a vivir con sus nuevas circunstancias, mientras sigue dando las gracias por cada día que ve a sus nietos crecer. Con su ejemplo, he entendido que la vida se puede saborear de las maneras más diversas que podamos imaginar. En realidad, no existen tantas normas como las que nos creamos en nuestras cabezas – Hija, el presente es lo importante. Hoy estoy bien, pues no pienso más allá. Todo es día a día. Ser buena persona es lo que no quiero que cambie. Lo demás, pues ya se irá viendo. Pues sí, querida mamá. Hoy estamos viendo el sol y mañana nos iremos cerca del mar.
Por cierto, tú que estudiaste francés en la escuela, ¿habías pensado que mar (mer) y madre (mère), se pronuncian igual? A lo mejor por eso nos gusta tanto a las dos estar cerca del mar…